Marzo del 2017

Buscando como desenmarañar el tiempo,
sin más pretensión que la huida del campo de batalla,
la fuga de la mísera trinchera, la deserción programada.
La indiferencia hacia todos los estandartes.
Esperando que se arríen todas las banderas
y se icen todas y cada una de las personas,
como cuando se trepa por la cucaña.
Que los bosques crezcan hasta emborronar todas las fronteras,
y nadie sepa de dónde es, ni en que lado está.
Que desaparezcan los gentilicios, pero que perduren los lugares,
y que se invité a todo el mundo a cobijarse allí.

Aquella música...

Provenía, aquella música, del envés de las hojas,
del tintineo alegre de la lluvia de ayer,
de la futura ocurrencia de los dedos, la boca y el alma.
De los bosques que están adentro, escondidos en la ciudad,
de las sonrisas de nuestros hijos y nuestros padres.
¡Yo que sé de dónde venía..., ni adónde iba...!
Se acercaba, ya medio tocada por otros, pero sin un título,
sin ritmo ni tonalidad. Sin ser de nadie, pero siendo de todos.
Naciendo y muriendo en un mismo instante,
cantada y llorada  en el mismo compás
por una plañidera que se ríe a carcajadas.